UNA
TOSTADA DE PAN
Te
recuerdo cada domingo cuando tuesto el pan y se me quema. A veces sólo lo dejo
quemar para recordarte. En ti eso era como una especie de costumbre. Cortabas
las barras de pan recién compradas, según tú, para que no se pusieran viejas,
lo metías en el horno y siempre, siempre lo dejabas quemar. Luego lo raspabas
con un cuchillo quitándole las partes negras y lo metías en una lata.
Tenías
una manera de masticar muy peculiar, escandalosa, siempre parecía que estabas
comiendo pan tostado. Tus dientes crujían, crujían, crujían. Era frecuente
verte por la casa masticando, una tostada en la boca y otra en la mano,
caminando por el pasillo diciendo que te ibas a poner a trabajar, pero
retrasabas el momento de meterte en la oficina, sobre todo, si había alguien
con quien hablar.
A
veces te preparabas las tostadas con queso, queso amarillo, queso de bola.
Cogías la tostada con el dedo índice y el pulgar, apretando el pan, apretando
el queso y mordías y luego ese crujido que me viene a la cabeza.
El
otro día caminando por la calle me vino un olor a pan recién tostado, recién
quemado. Pude sentir el calorcito de una tostada en la punta de la nariz y
pensé que eras tú, que volvías, que estabas en alguna parte. Sola, en el medio
de una calle vacía pude escuchar el crujir de tus dientes masticando una
tostada de pan.